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CONCLUSIONES.


De la misma manera que el surgimiento del zapatismo significó para el mundo una luz en su futuro, igualmente, para el arte y la cultura, ha sido motivo de inspiración y aliento. Los zapatistan nos han contagiado a la sociedad civil en general y a los artistas en particular, con ese deseo de producir, de generar una nueva estética, unida orgánicamente a las motivaciones de la población. Una estética que no se ciña a cánones o estilos definidos sino que se abra en un abanico de propuestas diversas e imaginativas, tal y como ha sido la propuesta política del zapatismo.

Una estética “para todos”, que no se encierre en sí misma, que no se dirija solamente al público conocedor de arte, sino que sea comprensible para los que nunca han tenido oportunidad de disfrutarla. Una estética que vaya al espectador, que se acerque a él sin esperar a que sea éste quien la busque, quien la comprenda; más aún, que el espectador mismo se vea reflejado en ella. Una estética que busque y encuentre nuevos canales de distribución, que rompa con el círculo vicioso de las galerías, de los museos, de los especuladores de arte. Una estética en fin, que refleje la Esperanza que albergamos todos en el pecho.

Los artistas tenemos la oportunidad histórica de unirnos a la construcción de esta nueva Esperanza. No la despreciemos. Retomemos la frase de Siqueiros: “Sólo un arte de “frac” –más o menos pasado de moda y culturalmente provinciano en Hispanoamérica- puede estar al margen del tremendo drama humano, del tremendo drama social, de la enorme significación política.”

Que nadie se quede fuera. Que nadie se lamente después de haber tenido la fortuna de vivir este momento histórico y no haberse involucrado en él personalmente con su granito de arte.




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